Marilú Navarro
El mundo vive en oscuridad. Esa es una realidad que percibimos en el periódico o al ver un noticiero de televisión. Los hombres se levantan contra los hombres y no parece haber progreso en la conciencia social. ¿Qué significa, entonces, que Jesús se presente a sí mismo como la luz del mundo? El simbolismo de la luz nos remite compararla a algunos efectos que la presencia de Cristo tiene en nosotros:
La luz revela, y una de las primeras cosas que podemos ver con claridad, gracias a su aparición, es la fuente que la genera. Así la luz de Cristo nos muestra quienes somos en realidad. Nos «descubre», pues hace visible nuestra posición actual y nuestra proyección futura.
La luz guía, pues en un camino incierto y oscuro nos permite ver las condiciones que nos circundan y los obstáculos que enfrentamos. Salir de las tinieblas de nuestra noche oscura —nuestro pecado y necesidad— hace que podamos gozar de la belleza y la provisión de Dios para nosotros: luz para vivir y para amar incondicionalmente.
La luz se refleja, como viajera inocultable, cuando la luz del Señor se proyecta de nuestra vida hacia lo que nos rodea. Como el sol es para la tierra tiempo, luz, calor y vida, Cristo es nuestro sustentador —el sol de justicia—; sin embargo no tenemos luz propia, somos como lunas que reflejamos el amor infinito de Dios.
El Señor además de referirse a sí mismo como luz del mundo, dijo que nosotros también lo éramos, aludiendo a la luz que mora en nosotros: Cristo Jesús. La muestra externa de esta luz es el amor que nos tenemos unos a otros. Andar en tinieblas, según Juan 2.11, significa aborrecer al hermano. El resultado de la luz es la comunión (1Juan 1.7) como expresión de mutua aceptación y armonía respetuosa.
Si la luz revela quienes somos, y si esa misma luz nos guía en el camino, entonces estamos llamados a iluminar con nuestra manera de vivir el mundo que habitamos. Este mundo herido y oscuro puede ser un lugar mejor porque «la Luz» ha venido al mundo y ahora tenemos la responsabilidad de brillar en Su nombre.
marzo 26, 2007
marzo 20, 2007
EL PAN DE VIDA
Harold Segura C
Uno de los grandes rasgos de la nueva cultura posmoderna es su agitada y confusa religiosidad. Hoy hay hambre de religión. La Nueva Era ha ampliado las ofertas de la religiosidad y en le menú se ofrece desde las más antiguas formas de adoración ancentral hasta las más sofisticadas filosofías para intelectuales insatisfechos.
Ante tal hambre, las palabras de Jesús regresan con la misma fuerza de siempre: «Yo soy el pan de vida» (Juan 6:35), es decir, «yo soy el único que puede saciar la sed de trascendencia y devolver el sentido de la vida».
Ante el pluralismo reinante, esa afirmación de Jesús puede sonar arrogante y pretenciosa. ¿Acaso no hay otras formas también válidas y respetables de saciar el hambre de Dios? Creo que el cristianismo debe acercarse con respeto a todas las demás formas de fe y religión, dialogar con ellas y hasta cruzarse en el camino común del servicio al prójimo. PERO todo eso sin renunciar a su afirmación de que Jesús es el pan que sacia el hambre y que conduce a la casa del Padre.
La vida perdonada por Dios y reconcilada con el Creador sólo tiene un camino: Jesús. Él calma el hambre de Dios. Hay otros panes, pero quien los come volverá a tener hambre (Juan 6:35). Sólo Jesús nos satisface porque, como él mismo lo dijo: «el que a mi viene, nunca tendrá hambre; y el que en mi cree, no tendrá sed jamás» (Juan 6:35)
Uno de los grandes rasgos de la nueva cultura posmoderna es su agitada y confusa religiosidad. Hoy hay hambre de religión. La Nueva Era ha ampliado las ofertas de la religiosidad y en le menú se ofrece desde las más antiguas formas de adoración ancentral hasta las más sofisticadas filosofías para intelectuales insatisfechos.
Ante tal hambre, las palabras de Jesús regresan con la misma fuerza de siempre: «Yo soy el pan de vida» (Juan 6:35), es decir, «yo soy el único que puede saciar la sed de trascendencia y devolver el sentido de la vida».
Ante el pluralismo reinante, esa afirmación de Jesús puede sonar arrogante y pretenciosa. ¿Acaso no hay otras formas también válidas y respetables de saciar el hambre de Dios? Creo que el cristianismo debe acercarse con respeto a todas las demás formas de fe y religión, dialogar con ellas y hasta cruzarse en el camino común del servicio al prójimo. PERO todo eso sin renunciar a su afirmación de que Jesús es el pan que sacia el hambre y que conduce a la casa del Padre.
La vida perdonada por Dios y reconcilada con el Creador sólo tiene un camino: Jesús. Él calma el hambre de Dios. Hay otros panes, pero quien los come volverá a tener hambre (Juan 6:35). Sólo Jesús nos satisface porque, como él mismo lo dijo: «el que a mi viene, nunca tendrá hambre; y el que en mi cree, no tendrá sed jamás» (Juan 6:35)
YO SOY EL BUEN PASTOR
San Juan 10.1-11
por Rodolfo Saborío
Con este título iniciamos hoy una serie de siete sermones sobre los YO SOY de Jesús.
La figura del pastor nos viene del Antiguo Testamento en donde el Salmo 23 es el paradigma total de confianza. Ahí encontramos un canto al descanso, a la paz, a la tranquilidad y a la esperanza. Este salmo ha sido para los pastores un oasis de confianza y esperanza en medio de las vicisitudes del pueblo de Dios. Quizás ha sido la porción bíblica más leida en el lecho de enfermedad en hospitales, asilos y hogares. Y en otras áreas (situaciones) en donde se viven momentos de angustias, temor y desamparo, también ha sido la palabra que reconforta y fortalece en medio del nerviosismo y del temor.
En la porción escogida en esta tarde el Señor se autodenomina ‘Yo soy el buen pastor’. En estos días en algunos círculos evangélicos llamarse pastor está en decadencia, está en picada, está en desuso. ¡Qué reconfortante volver los ojos al pasaje bíblico de hoy en donde el Maestro de maestros, Señor de señores, Señor de la Iglesia, e Hijo de Dios, se autodenomina ‘Yo soy el buen pastor’. Probablemente, en esos círculos la tarea del pastor se hace muy pesada y es más llamativo y cómodo llamarse apóstol, profeta, y por qué no, hasta patriarca.
La tarea del buen pastor conlleva el serio trabajo de conocer en forma profunda a las ovejas, llamarlas por nombre, acompañarlas, orientarlas, e ir siempre delante de ellas. Y esto conlleva (acarrea) dedicación, entrega, servicio y hasta sacrificio. Esto, muchas veces, no es atractivo ni retador. Pero Jesús, el buen pastor, vivió con intensidad su propia autodefinición, hasta dar su vida por las ovejas. ¡Maravilloso ejemplo a seguir!
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