Harold Segura C
Uno de los grandes rasgos de la nueva cultura posmoderna es su agitada y confusa religiosidad. Hoy hay hambre de religión. La Nueva Era ha ampliado las ofertas de la religiosidad y en le menú se ofrece desde las más antiguas formas de adoración ancentral hasta las más sofisticadas filosofías para intelectuales insatisfechos.
Ante tal hambre, las palabras de Jesús regresan con la misma fuerza de siempre: «Yo soy el pan de vida» (Juan 6:35), es decir, «yo soy el único que puede saciar la sed de trascendencia y devolver el sentido de la vida».
Ante el pluralismo reinante, esa afirmación de Jesús puede sonar arrogante y pretenciosa. ¿Acaso no hay otras formas también válidas y respetables de saciar el hambre de Dios? Creo que el cristianismo debe acercarse con respeto a todas las demás formas de fe y religión, dialogar con ellas y hasta cruzarse en el camino común del servicio al prójimo. PERO todo eso sin renunciar a su afirmación de que Jesús es el pan que sacia el hambre y que conduce a la casa del Padre.
La vida perdonada por Dios y reconcilada con el Creador sólo tiene un camino: Jesús. Él calma el hambre de Dios. Hay otros panes, pero quien los come volverá a tener hambre (Juan 6:35). Sólo Jesús nos satisface porque, como él mismo lo dijo: «el que a mi viene, nunca tendrá hambre; y el que en mi cree, no tendrá sed jamás» (Juan 6:35)
marzo 20, 2007
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