~ Reyner Azofeifa ~
Lucas 7.36-42
Medité por varios días sobre lo que quería compartir este domingo a través del sermón. No fue sino hasta hoy en la tarde cuando, debajo de la lluvia, tuve una visión más clara acerca de adorar y agradecer a Dios. Hace dos semanas que "interné" mi carro en el taller, y me dirigía a recogerlo –¡al fin! Durante estos días he tenido que andar en bus, he acumulado agua en mi ropa a causa de los repetidos aguaceros que han caído sobre mí, y me he percatado que estoy orando y agradeciendo más a Dios. Aunque parezca un poco raro, pero la falta de carro me hizo mejor persona –por lo menos más saludable a raíz de las caminatas frecuentes.
¿Cómo puede ser –pensé esta tarde mientras me caía otro aguacero encima– que esta situación me lleve a mejorar mi vida de adoración a Dios. Esperando el bus en la parada, tomé un momento para ver los zapatos de los que conmigo esperaban debajo de la lluvia. Me di cuenta de que la mayoría no estaban calzados adecuadamente para la lluvia, y que posiblemete tenían sus pies mojados dada la lluvia inmisericorde que caía. Fue entonces cuando vi mis propios zapatos: unas botas impermeables al agua, y muy cómodas que compré años atrás y que uso con poca frecuencia. El tiempo se congeló y pude entender: Dios me proveyó la oportunidad de quedarme sin carro por dos semanas para estar agradecido por mis botas.
La adoración se da aun en las cosas más pequeñas de la vida, y en los detalles más sutiles de cada día. Depende de nosotros si vamos o no a aprovechar esas oportunidades que Dios nos da para adorarle por el momento que nos da.
Desafortunadamente nos hemos dado a la tarea de desechar lo común, lo sencillo y lo cotidiano por lo lo espectacular, lo material, lo llamativo.
Estar agradecido por mis botas "anti-agua" puede parecer poco significativo y hasta ingenuo. ¡Cómo anhelo esa actitud como la de la mujer que lavó los pies del Señor con sus lágrimas! Ella llegó con muchas lágrimas, gran dolor, y un pequeño frasco de perfume. Mientras sus lágrimas servían para homenajear a Jesús, su corazón era restaurado. Y sin saberlo, ella misma se convertía en la fragancia que complacía al Nazareno que le amó y le perdonó. A falta de una casa, de una mesa y de comida que ofrecerle a Jesús, como lo hizo el fariseo, la mujer le ofrece sus lágrimas, su perfume y su agradecimiento.
La mujer agradeció con su perfume, yo agradezco con mis botas. ¿Y usted?
octubre 11, 2006
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