- David Ross -
Siempre sucede cuando llevo prisa: me doy cuenta de que olvidé algo en el estudio de mi casa; puede ser mi billetera, mi celular o las llaves. Lo peor del caso es que debo pasar por el patio para llegar al estudio. Para quienes no conocen mi casa, en el patio trasero habita una fiera alocada llamada Sasha. Son cerca de 60 libras de pura energía, alegría y emoción manifestadas en una husky siberiana, la cual casi siempre tiene la nariz bastante sucia. Cruzar el patio sin que esa nariz llena de tierra no entre en contacto con mis pantalones recién lavados o con mi camisa blanca, es casi imposible. Pero bueno, es parte del precio que se debe pagar junto con las cosas buenas que hay cuando se tiene un perro en casa.
Ser cristiano también tiene un precio, así como el acto de adorar a Dios requiere también de un esfuerzo. Claro que no pretendo comparar la vida de un cristiano, o el acto de adorar a Dios, con el hecho de convivir con un perro. El regalo de poder adorar a Dios es una gran bendición, pero también se necesita dedicación de nuestra parte.
La adoración se puede llevar a cabo de muchas maneras y en muchos lugares; sea cantando, orando, sometiéndonos a la voluntad de Dios, o simplemente mostrando el amor de Dios a los demás. Y este último ejemplo suele ser uno de los que más nos cuesta poner en práctica, ya que el preocuparnos por los demás e involucrarnos con ellos puede hacer que nos "embarremos" un poco. Sin embargo, este acto de "embarrarnos" con los problemas y asuntos de nuestros hermanos y hermanas puede ser de gran bendición pues nos da una oportunidad para servir y mostrar el amor de Cristo vivo en nosotros. Además recordemos que un algún momento, tarde o temprano, nosotros seremos -o ya hemos sido- los de las narices sucias, que "embarramos" a los que están cerca.
Por ese gran amor fue que Jesús vino a este mundo, para vivir con nosotros y "embarrarse" con nuestros problemas y necesidades hasta el punto de morir en la cruz. ¡Qué naricitas tan sucias las nuestras! Pero aun más impactante, ¡que amor tan profundo el de nuestro Dios!
noviembre 08, 2006
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