Juan Stam
Definitivamente, la mano de Dios estaba sobre Moisés desde su nacimiento. Comenzando su vida como un niño escondido en la clandestinidad y después un "niño abandonado" en el río Nilo, pasó a crearse al palacio de la hija de Faraón y fue "enseñado en toda la sabiduría de los egipcios" (Hch 7:22). Ya grande, por un intento de realizar la justicia y defender a un compatriota hebreo, fue fugitivo de su patria (porque era egipcio) y entró en un exilio que duró cuarenta años. Pero en ese exilio, cuidando las ovejas de su suegro, Moisés tuvo el más grande encuentro con Dios de todo el Antiguo Testamento. Desde aquella zarza que ardía sin consumirse, Dios llamó a Moisés a ser participante en su proyecto de salvación y protagonista de la liberación de su pueblo oprimido. Moisés respondió al llamado de Dios con cinco excusas, pero al fin acepto el desafío y se convirtió en el líder de su pueblo y fundador de la nación, algo así como Simón Bolivar para América Latina.
Moisés no fue sólo un gran estadista (¡un político en servicio del Reino de Dios y su justicia), el Legislador inspirado para toda la ley judía y un Juez en los conflictos del pueblo. Era también, y sobre todo, un profeta, el primero de la línea profética y el prototipo para lo que es verdaderamente un profeta. "Y nunca más se levantó profeta en Israel como Moisés, a quien haya conocido a Jehová cara a cara" (Deut 34:10). Aunque hubo profetas después, nunca hubo otro profeta como Moisés. Con el tiempo el pueblo nómado de Moisés, con su tabernáculo portátil, se estableción en Palestina como pueblo sedentario y agrícola y se olvidaron del Dios del desierto, el "Yo soy el que soy" de la zarza que ardía. En eso Dios levantó nuevas voces proféticas, comenzando con Elías y Eliseo y culminando con los profetas escritos de nuestro Antiguo Testamento. Todos ellos eran hijos y nietos espirituales de Moisés, que no hicieron otra cosa que restaurar la fe "yahvista" de Moisés, basado en el encuentro con el gran "Yo Soy".
febrero 16, 2007
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