mayo 10, 2007

VIVIR CONFORME AL ESPÍRITU DE DIOS

Gálatas 5.16-25

Rodolfo Saborío

De acuerdo con una definición del diccionario, el término antípoda señala un punto diametralmente opuesto a otro. En el texto bíblico escogido para hoy hay dos realidades opuestas: las obras de la carne y el fruto del Espíritu Santo de Dios. Dos listas que se oponen entre sí y conllevan a tensiones permanentes en la vida de los hijos y las hijas de Dios.
En el pasaje de Gálatas aparece en primer lugar la lista o deseos de la carne: inmoralidades sexuales, actitudes impuras y viciosas, idolatrías, brujerías, odios, discordias, enojos, celos, rivalidades, divisiones, partidismos, envidias, borracheras, glotonerías, etc. En la lista de los frutos del Espíritu Santo de Dios aparecen: amor, alegría, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio.
En la vida cristiana nos vemos enfrentados a esas dos realidades. El apóstol San Pablo luchó intensamente con esta tensión hasta el punto de exclamar que aunque quisiera hacer el bien hacía el mal, como leemos en Romanos 7.19. En otros versos de ese capítulo se siente aún más esa tensión. Pero el capítulo se cierra con una acción de gracias a Dios por medio de Jesucristo.
La lista de los frutos del Espíritu Santo de Dios se refiere a dos relaciones importantes: con nosotros mismos y con los demás. El amor, la alegría y la paciencia apuntan a mirarnos hacia adentro. Pero no sólo mirarnos, deben conducirnos a actuar, a cambiar aquellas cosas que realmente necesitan ser cambiadas. Por otro lado, los otros frutos del Espíritu trascienden y se proyectan hacia otras personas. Por eso, la amabilidad, la fidelidad y la humildad tienen que ser cualidades que el Espíritu de Dios produce en nosotros para enriquecer la vida de otras personas. Esos frutos conforman el cuerpo de Cristo y le dan vida. Nuestra iglesia se llama ‘comunidad’, esto indica que vivimos una relación de identidad y de solidaridad. De ahí que, en primer lugar nos miramos hacia adentro y luego (diríamos simultáneamente) nos proyectamos a los demás para formar una comunidad en la que todos nos realizamos plenamente como hijos e hijas de Dios. ¡Que así sea!


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